Hacer regalos

Las navidades son un momento del ciclo anual en que se han favorecido los impulsos de regalar como necesidad social y que no siempre producen una verdadera alegría de regalar, sino el deber de hacerlo sin saber cómo cumplir con ese deber

Encendido del alumbrado de Navidad en Jerez, hace unos días.
Encendido del alumbrado de Navidad en Jerez, hace unos días. CANDELA NÚÑEZ

Hacer regalos es cosa propia también de Navidad. Navidad, que si para muchas personas quizá empiece a partir del día de la Inmaculada Concepción, es inolvidable la espera que se velaba hasta que apareciera el primer anuncio de regalos en la televisión, como inolvidable el primero del año tras las campanadas de Nochevieja.

Regalar es tradición antigua que en la era del consumo desbocado se ha ido convirtiendo en un complejo concurso de rivalidades de demostración del dinero que se tiene y del poder de gasto que significa. Los regalos, el regalarse, que era un signo de paz, por el acto de reciprocidad que regalarse incluye, ha terminado por significar un acto de ostentación y de imposible reciprocidad, por un lado. Un acto de ostentación que no solo se proyecta hacia las personas que reciben el regalo sino hacia las personas que habitan en el espacio público, la vecindad en especial, que observan a quienes su monedero les permite ir cargado de bolsas por las calles del barrio, y de qué tipo de bolsas. Regalar puede ser también un acto de invasión en la vida de løs otrøs cuando se hacen regalos que expresan el deseo propio sobre los gustos de los otros.

Los regalos implican esa reciprocidad y para mantenerla se han llegado a establecer normas sociales de límite al precio que deben llegar a costar los regalos por ocasiones como cumpleaños, aniversarios, navidades. Espacios sociales, estos que regulan los precios, donde está mal visto un mayor o un menor precio del regalo respecto al precio estándar pactado. Hay regalos ocasionales que, sin embargo, no tienen o no pueden tener relación con el motivo que produce el deseo de regalar. Una simple alegría, el deseo de contentar a otra persona por un entusiasmo emocional o afectivo, o un regalo para corresponder a la hospitalidad. Es interesante que para estas últimas ocasiones la equivalencia del valor económico del regalo en contrapartida del motivo por el que se regala no es lo importante, sino el hecho mismo de regalar y la alegría que el regalo produzca en sus receptores, y el agradecimiento que por recibir el regalo se sienta y se exprese. La alegría queda también del lado de quien regala.

Las navidades son un momento del ciclo anual en que se han favorecido los impulsos de regalar como necesidad social y que no siempre producen una verdadera alegría de regalar, sino el deber de hacerlo sin saber cómo cumplir con ese deber. Seguramente porque somos una sociedad que lo tiene todo o casi todo, porque nos unen vínculos no demasiado profundos con las personas a quienes regalamos, porque hemos encontrado ya la paz con løs otrøs que forman parte de nuestros círculos sociales o porque, incluso, los regalos de Navidad nos producen un estrés económico que tardaremos en compensar con nuestras posibilidades económicas.

Por todo ello, es razonable activar nuestro pensamiento crítico acerca de los regalos y emanciparnos de presuntas necesidades que quizá no lo sean o no, al menos, en las formas en que se espera un regalo de nosotros. Algo que no es nuevo y que se materializa en, por ejemplo, que los envoltorios de los regalos sean de hojas de periódicos ya leídos, de hojas caídas de los árboles o de trozos de tejido que no tienen ya un verdadero valor como tejido. Objetos hechos con las manos por las personas que los regalan, sea un objeto artesanal o artístico, o una tarta horneada al gusto de la persona que la recibe. Tiempo, sea para un paseo o para ir al cine o al teatro, etc.

La despersonalización en el acto de regalar es otro de los asuntos de importancia. Lo mismo si lo que se hace es regalar un vale por el importe adecuado, para que la persona que lo que recibe se compre lo que quiera o comprarle cualquier cosa con el famoso ticket de devolución. Es acá donde se observa una mecanización del acto de regalar desprovista de la expresión de un afecto o una emoción, y que hace perder el verdadero valor del regalar: la perpetuación del vínculo que nos une con las personas a quienes regalamos algo, y de las que nos separamos por la decepción que producimos con un regalo que no lo es en su sentido auténtico: producir sorpresa y alegría. Porque los regalos son algo que recibimos sin la premisa de que nos serán entregados, por un lado, o son objetos que no esperamos pero alcanzan nuestras almas produciendo alegría. La alegría de vernos conocidos y reconocidos por la persona que nos regala. Lo inesperado que no haga sentirnos valorados y nos produzca un placer, normalmente efímero pero inolvidable.

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