Llorar en el trabajo y otras formas de vencer al sistema

Vivimos en una sociedad de consumo pero no podemos permitirnos ser materialistas, paradójico

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Celia Rodríguez

Filóloga y escritora.

Llorar en el trabajo y otras formas de vencer al sistema, por Celia Rodríguez.
Llorar en el trabajo y otras formas de vencer al sistema, por Celia Rodríguez.

Tuve mi primer trabajo con 17 años vendiendo chucherías y barriendo palomitas en el cine de mi pueblo. Recuerdo un día que al llegar a casa quejándome de las horas que echaba y lo poco que cobraba (tres euros veinte la hora), mi padre soltó una carcajada y me dijo que al trabajo se le llamaba trabajo por algo. Lo que para él era una obviedad, para mí fue una revelación, algo así como el “los reyes son los padres” de la adolescencia, el punto de no retorno de algo que hubieras preferido no saber, la C del logotipo de Carrefour.

Efectivamente. La vida está llena de desencantos porque Emosido engañado, y de qué manera. Nos han colado el adjetivo vocacional después de trabajo, y nos la hemos comido como la pastilla del perro envuelta en la loncha de chorizo traicionera. Googleé por curiosidad cuál era el porcentaje estadístico de infelicidad en el trabajo y me salió esto: “Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), el 60% de los españoles declara no ser feliz en su trabajo y un 40% no se siente respaldado en materia de bienestar laboral".

Con un seis y un cuatro, resulta que el 100% de los españoles está a disgusto en su trabajo. Al final va a resultar que la vocación es el bífidus activo de los yogures, sin pruebas, pero tampoco dudas de solo estar hablando de una estrategia de marketing bien trabajada.

La estadística me hizo pensar que no debo ser yo la única que haya interiorizado este nuevo mantra de “la lloradita y a continuar”. La lloradita pasa, porque pasa, pero normalmente una espera a llegar a casa, a menos que coja en una de las tres semanas malas del mes y dé el apretón hormonal en mitad de la jornada.

Es entonces cuando se recurre al llanto silencioso en el baño, sentada encima de la tapa del váter con los codos en las rodillas. Un minuto dedicado a la pena infinita incluyendo el ugly crying, otro a replantearte todas tus decisiones vitales, incluyendo el pasado, el futuro y eventualmente la muerte, el siguiente a pensar en coger la mochila e irte a Portugal, otro para la sugestión positiva y el autoconvencimiento de que en realidad “no es tan malo”. El último está reservado para lavarse las manos y volver apresuradamente al puesto no vayan a pensar que estabas cagando.

Llorar en el trabajo es lo más antisistema que podemos hacer los treintañeros porque nadie nos va a pagar la terapia, ni la letra del iPhone 14. Vivimos en una sociedad de consumo pero no podemos permitirnos ser materialistas, paradójico, aunque bueno, como se suele decir, la felicidad no se compra con dinero, al contrario que la justicia, como ha demostrado el caso de Dani Alves. En fin, los millennials no tendremos casa, ni coche, ni hijos pero sí que tenemos dos cosas; la certeza de que algo oscuro para con el franquiciado de La Casa de la Carcasa y una funda antirrotura para el móvil.

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