Tinder, en una foto de archivo.
Tinder, en una foto de archivo.

La semana pasada estaba escuchando un podcast de psicología que trataba el tema del 'coste hundido', y salvando las distancias de no ser experta ni en este ni en ningún otro tema, tengo que reconocer que me resultó tremendamente interesante. Comentaban los expertos que si bien el concepto se originó en el campo de las finanzas, en psicología, el coste hundido se relaciona con la idea de cómo las personas a menudo nos vemos atrapadas en situaciones tóxicas debido a la inversión emocional, temporal y psicológica que hemos realizado en ellas, incluso cuando estas situaciones no son saludables y no nos benefician. Esta persistencia en mantener relaciones disfuncionales se debe a la aversión a "perder" lo que ya se ha invertido. Y bueno, ¿quién no se siente identificado con eso de hacer un all in emocional y perder la partida? Como el meme del niño gordito en la piscina; that’s my passion.

Cuando decidimos apostar por alguien, hacemos una inversión, empleamos tiempo, dinero y energía en adaptarnos y en que se adapten a nosotros. Los millennials no paramos con este erre que erre de querer que nuestras parejas tengan responsabilidad afectiva e inteligencia emocional, pero sorpresa, que sepamos lo que nos pasa no significa que queramos cambiarlo. Pretends to be shocked. 

Vivimos un momento histórico en el que una IA puede doblar en perfecto inglés a La Veneno y a su mítico "pero tú quién eres, pedazo de puta," con su voz y su acento almeriense, y esperamos que la gente se comprometa a pasar el tiempo deconstruyéndose y yendo a terapia, hombre, por Dios.

La obsesión generalizada con la belleza física, la egomanía y el narcisismo sistematizado parecen ser los tres conceptos clave que Tinder necesita para que te definas y entres en el juego del swipy-swipe del consumismo de cuerpos. No es de extrañar que a los treinta una mire a los dos lados de la calle antes de cruzar, sintiéndose un poco como el señor Burns en aquel capítulo en el que se disfraza de Jimbo, y que de repente pase un chavalito nacido en el 2003 con un patinete eléctrico adelantándote por la derecha y dándote match. Al borde de que una generación entera te empiece a considerar MILF porque haces referencias a los Simpsons, algo hace clic y las expectativas pegan una bajada que el grajo ya ni vuela. Te das cuenta de por qué cada vez que le presentabas un novio a tu abuela, ella solo ponía dos condicionantes: "que sea limpio y no te pegue." Empiezas a empatizar con Dolores Umbridge, la loca de los gatos de Harry Potter y consideras un logro personal que te digan que pareces más joven.

Quizás el mundo de las dating apps no es tan malo, ni es tan difícil encontrar a una persona decente. FYI, JK, tranquila, no tiene nada que ver que ya te cueste entender lo que quieren decir las siglas. Todo bien, porque ahora por lo visto los treinta son los nuevos 20, y todo correcto, siempre y cuando duermas al menos seis horas en una cama, tengas a mano el Almax, las pastillas de la lactosa, el aprazolán y el ibuprofeno de 1 mg.

Quizás el gasto energético que supone tomar otro riesgo y volver a enfrentar, tener que contarle tu vida a alguien de nuevo nos hace sopesar si pagamos lo mismo con todos nuestros costes o si alguna vez estuvieron siquiera del todo hundidos.

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