Violencia estética, dicen ahora

No se puede lamentar la violencia estética y al mismo tiempo someterse encarnizadamente al feroz modelo impuesto por el canon que le salga de allí al sistema burgués de turno

Álvaro Romero Bernal.

Álvaro Romero

Álvaro Romero Bernal es periodista con 25 años de experiencia, doctor en Periodismo por la Universidad de Sevilla, escritor y profesor de Literatura. Ha sido una de las firmas destacadas, como columnista y reportero de 'El Correo de Andalucía' después de pasar por las principales cabeceras de Publicaciones del Sur. Escritor de una decena de libros de todos los géneros, entre los que destaca su ensayo dedicado a Joaquín Romero Murube, ha destacado en la novela, después de que quedara finalista del III Premio Vuela la Cometa con El resplandor de las mariposas (Ediciones en Huida, 2018). 

Dos peluqueras en un centro de estética.
Dos peluqueras en un centro de estética. MANU GARCÍA

Ando escuchando últimamente el término violencia estética, y me pregunto hasta qué punto quienes más contribuyen a su materialización no serán quienes la ponen encima de la mesa por esa inquietante falta de personalidad con la que quienes luchan contra los estereotipos no connotados positivamente se encargan, tan ejemplarmente, de huir de ellos. Así no se puede. Hay un derroche de hipocresía y un preocupante déficit de autenticidad que campa a sus anchas por esta sociedad del postureo. Y así no se puede luchar contra nada. 

Así todo se termina convirtiendo en un discurso vacuo del victimismo en espiral que tanto se lleva hoy. No se puede estar todo el día predicando que lo importante está en el interior mientras que quienes lo predican demuestran su inclinación por el exterior y su absoluta despreocupación por lo que llevamos (o deberíamos llevar dentro). Al alma rezando y con el cuerpo dando… A los niños no hay quien los engañe, porque aunque sean cándidos por naturaleza no tienen un pelo de tontos y siempre aprenden con el ejemplo y no con la teoría envasada al vacío. 

Ningún chiquillo, ninguna joven que empieza a vivir ahora puede creerse el mantra de esa violencia estética si quien dice luchar contra ella procura por todos los medios posibles no parecer que envejece y no parecer que engorda, sino, muy al contrario, disimular toda esa violencia corporal que cada vez más gente se inflige a sí misma porque no soporta que se le caigan el pelo o las tetas. No se puede lamentar la violencia estética y al mismo tiempo someterse encarnizadamente al feroz modelo impuesto por el canon que le salga de allí al sistema burgués de turno. De toda la vida se han ido solapando cánones de belleza impuestos por quienes tienen la capacidad financiera de propagarlos. Ora blancas, ora rollizas, ora bronceadas. 

Tanta hipocresía con la supuesta violencia estética me recuerda a esa necesidad de los pobres que han ostentado históricamente los practicantes profesionales de la caridad, quienes necesitan pobres –urgentemente- para que sus modelos vitales de caritativos sigan teniendo sentido, aunque ellos jamás se harían pobres con los pobres porque entonces el esquema del que depende su moralidad se desmoronaría como un castillo de naipes. Pues igual: hoy sobran los hipócritas luchadores contra esa violencia estética porque siempre son defensores de que haya gente dispuesta a ejercer la libertad de ser gordo, de no cuidarse o de no operarse, pero a ellos jamás les daría por tal atrevimiento. ¿A qué estamos jugando? 

Luchar contra la violencia estética, sobre todo en las mujeres –que es donde dicen que se da especialmente-, supone convencerse en la práctica de que la belleza está realmente en la conversación, en el sentido del humor, en el alma rejuvenecida, en la complicidad, en la inteligente empatía, en la chispa del alma siempre dispuesta a valorar que la piel experimentada cubre una vida plena y que esa plenitud no precisa ni de bótox ni filtros. Pero es difícil alcanzar ese misticismo libertario en esta feria de las vanidades en la que a cada cual le falta tanta fe en sí mismo que no levanta la cabeza del móvil. 

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